Recuentos (parte 1)

Es hora de hacer recuentos. Y no, aún no son los del año que se asfixia con el pasar de las horas…

Me refiero a recuentos de una vida. No hay motivo especial , nada más se me antonja. Se me antoja al respirar el olor a cesped recién cortado, al mirar las estrellas en el firmamento o al escuchar la conversación de amigos entre décadas como si todo hubiera sido apenas ayer.

Hoy se me antoja recordar esos recreos entre brincos, corredores empapados y “un dos tres chocolate PUM!”. Las miradas intrépidas al designar al siguiente. Aún creo escuchar la campana (real, no un timbre de esos perturbantes) llamándonos y alejándonos de esa repisa donde antes cabían los pies de miles caminos. Tan sólo eran 3 metros… pero bue!

Las rondas sin fin rodeadas de cromos, o de jackses sentados en un corredor que ahora se me hace cada vez más pequeño. O los tiempos de los quiebra-muelas y jugar por largos 20 minutos tirándose desde la piedra de la Iglesia hasta atrapar el brazo largo de un ciprés (mi primera lesión)…
Siempre tuve mala puntería…

Cuando tenía 8 el tiempo corría más lento.

El sabor de los JaJa y la emoción del siguiente premio. El valor del ahorro para el boli de la tarde. Las largas caminatas hacia la casa, que se hacían eternas entre los descansos en el palo de guaba a la orilla de la quebrada, o en el inmenso árbol de descanso antes de iniciar la cuesta final (donde curiosamente habían unas frutillas rojas que nunca supimos qué eran, pero sabían dulce…).

Los baldazos de octubre y las caídas a las quebradas vecinas (siempre, por alcanzar guayabas verdes). Pasar donde los vecinos a secarse el uniforme. No sé porqué siempre siento que perdí (o aproveché) mucho tiempo en esos retornos a casa y mi mamá nunca me regañó (o no los recuerdo tanto como cuando me regañaba por no llegar directamente del cole por irme a la casa de Adriana, pero esa es otra historia).

Subir a la escuela a inicios de marzo con el Sol inclemente a la espalda, la sombrilla siempre bien amarrada a la mano y caminar 500 dolorosos metros con Diana deseando una “Coca Cola con hielo, bien fria…”

Recuerdo que tuve un sueño recurrente, donde la montaña del frente para ciertas épocas se transformaba en un macizo de helado, frutillas y chocolate derretido (creo que un comercial de la Dos Pinos tuvo mucho que ver en eso…)

El miedo a la panadería vieja y abandonada, de donde (decían) una mano salía y daba pan a los chiquillos de la escuela (en estos tiempos eso hubiera sido todo un acoso :S ). También existía la leyenda urbana de que don Beto vendía los bolis con las manos llenas de caca… eso me causa risa 😛

Recuerdo los veranos de brisas levemente frescas, campanitas al borde del camino y las Gallinitas que con maña se podían hacer sonar…

Aún recuerdo como hacer que suenen.

El olor a pan casero y fresco de sirope…todo desde el corredor de la casa de Xinia. Jugar trastitos con hojas de pasto como dinero.

¿Quién dice que el dinero no puede crecer en los árb…ah no, de la tierra?

…Bueno, creo que esto se me ha hecho demasiado largo para ser una primera parte… y si se extiende perderá más sentido del que ya ha perdido.

Quizá sea el paso del tiempo.
Otro día será….

2 comments

  1. Hey Marce como si hubiéramos sido vecinos, casi tengo los mismos recuerdos xD

    1. Casi casi como hermanillos 😉

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